El metabolismo es un proceso que comprende todos los cambios químicos que tienen lugar en el organismo, y por los cuales el organismo puede mantener su identidad, crecer y reproducirse. Cada uno de estos cambios sucede por la intervención de una molécula proteínica específica, las enzimas, ya que estas catalizan los procesos químicos. Estos cambios están muy lejos de ser sencillos. El metabolismo efectúa el intercambio de materia y de energía ente la célula y su medio. Es un proceso tan controlado que no hay uso excesivo, ni desperdicio de los alimentos, por lo que sólo se produce la energía necesaria.
La absorción de los nutrientes
Todos los organismos vivos toman la energía que su vida requiere de la luz solar. Pero no todos de la misma manera; las plantas absorben energía solar de forma directa y la utilizan a través del proceso de fotosíntesis. Pero nosotros, sólo podemos beneficiarnos de esa luz solar alimentándonos de las plantas, aprovechándonos así de forma indirecta. Esta energía posibilita todos los procesos metabólicos.
Las sustancias nutritivas que ingresan a nuestro organismo son los hidratos de carbono, las proteínas y las grasas. En el estómago y mediante la acción de los enzimas, estos nutrientes propiamente dichos son divididos en sus componentes básicos: los hidratos de carbono, en azúcares simples que serán utilizados, principalmente la glucosa en los procesos creadores de energía; las proteínas, en aminoácidos, que sirven fundamentalmente para recomponer las proteínas orgánicas; y las grasas o lípidos, que constituyen una fuente de energía de reserva, utilizable cuando el organismo carece de la glucosa necesaria, como sucede, por ejemplo, durante en un período de ayuno en el que el organismo debe recurrir a los depósitos grasos.
Los hidratos de carbono provienen en su mayoría de los vegetales y las frutas. Son azúcares y almidones y están destinados a la producción de energía. Estos elementos son hidrolizados por la boca y el páncreas, y reducidos a sustancias más simples, como la glucosa que permite atravesar la mucosa para incorporarse al torrente sanguíneo. Una vez en el torrente circulatorio, la glucosa se transforma en glucógeno, que se va almacenar en el hígado y músculos. En los casos de carencia de azúcar, el hígado va a ser el encargado de liberar un fermento mediante el cual el glucógeno se desdobla en glucosa de nuevo para así regresar al torrente circulatorio y destinarse a las células que requieren de esta energía. Este proceso de combustión conocido como oxidación, es un proceso que se produce en el interior de las células y que necesita del oxígeno incorporado a la sangre después de haber sido incorporado por los pulmones.
Las proteínas tienen la función básica de constituir o reconstituir tejidos y además interviene en la síntesis de gran número de sustancias que forman parte de los procesos bioquímicos. La hidrolización de las proteínas implica uno de los procesos químicos más complicados que suceden en el organismo, porque los compuestos de las proteínas son originalmente ya complejos (carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo). Es un proceso que se aplica en dos etapas, la primera en el estómago y la segunda en el intestino, etapas en las que actúan los jugos gástricos, pancreáticos y entérico, hasta obtener los aminoácidos que el torrente circulatorio traslada hasta el hígado. En este órgano se produce un proceso de síntesis proteínico, del cual surgen las proteínas necesarias para la formación de tejidos, su desarrollo y renovación.
Las grasas son productoras de calor. La bilis del hígado y el jugo digestivo del páncreas concurren en el intestino, dónde comienza y termina el proceso de desintegración de las grasas, en sus componentes básicos, la glicerina y los ácidos grasos. La glicerina, hidrosoluble, atraviesa sin problema la pared intestinal. Los ácidos serán sometidos a continuación a la acción de ácidos biliares y sales sódicas.
Atraviesan entonces la pared intestinal, y la glicerina y los ácidos vuelven a unirse. Estas grasas, en estado de emulsión vuelve por los vasos linfáticos del intestino al conducto torácico, por el que accede al torrente circulatorio. Desde allí, la grasa se distribuye en todos los tejidos que la requieren y se almacena en el tejido adiposo, que funciona como protección térmica y dónde queda como reserva energética para emergencias.
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